domingo, 15 de abril de 2018

Conjura

Un temor comienza a desbordarnos.
¿Será la aproximación a la batalla?
Sin llamadas ni floreos. Casi sin palabras.
Escapa a lo normal, a lo previsto, a la razón.
Los cuerpos se aprenden, se destierran.
No se invaden, no se apropian, no obligan,
se dejan llevar. Se pliegan, mansos, al otro.
La cercanía de lo extraño cincela la caricia
que se permite ser, se transforma y pausada,
toma la forma de lo que toca. Se detiene.
El roce entre el palpar y el tentarse, estimula,
un boceto de lo que será, de lo que puede dar.
Un no llegar de modo definitivo. Llegando.
Un prólogo lento como un eterno comienzo
y luego (o al mismo tiempo), las bocas, libres,
buscan acapararse o separarse uniéndose.
Saliva que fluye a espiar esa sima de lo interior.
¿Sosiego de la carne o preparación de la invasión?
Labios que dejan una rendija ingenua. Una comisura,
por donde sabores y lenguas toman conciencia
de que la plenitud está más allá, en otro lugar.
¿Bastará quitar la ropa, el rímel o habrá que desnudar
el cuerpo, la piel, el alma, desnudar todo y
seguir desnudándose, hasta que el desnudo sea entrega
dónde sosegar el apetito que cada vez se agiganta,
que quiere comenzar como la unión de todos
esos imposibles comienzos posibles que nacen del roce,
de tocar lo imposible que provoca en el otro el placer
que siempre se está yendo, pidiendo eternamente más.
Pidiendo en susurros, sin interpretar ni puntualizar,
con el lenguaje como caricia, pausado, cedido, amante.
En el borde de la oreja, en la sensibilidad de lóbulo,
exaltando a los manes del apetito, solo sonido que se acerca,
que no busca lo primitivo de la voz, solo mimo que enciende
desde el borde auricular el sabor que nos conecta con el otro.
La lengua avanza, roza, palpita, murmura, trepana. Chupa.
Allí en la frontera que nos desquicia, que nos descubre,
que busca ese resto pendiente en lo que parece terminando.
Pero no hay final para el placer ni para el deseo,
siempre queda abierto, nunca termina, nunca se acaba.
No tiene límites porque no es la carne propia. Es la del otro,
es lo humano que subsiste cada vez que se termina.
Por eso hace de cada parte del cuerpo un mundo nuevo
que solo se conjura confundiéndose en el otro.



Ilustración: "Los Amantes" - Pablo Picasso

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